20100609
-MANDALA DE VAISHRAVANA
Un mandala puede verse también como un laberinto. Éste, en especial, lo parece. La disposición de las figuras en el cuadrado central, rodeando el espacio interior en que se halla la divinidad, y definiendo los ocho puntos cardinales se asemeja al efecto que produce la imagen del laberinto en otras tradiciones culturales, desde la antigua Grecia por lo menos y pasando por la tradición alquímica y otras tantas: hay un destino y hay puntos de partida, pero entre uno y otros aparece estructurado un espacio complejo, cuya retícula nos desafía. Pide entregarnos a su lógica oculta, y abandonarse a la forma que lo organiza. Los laberintos son también vías de acceso a la esencia: en su interior, según los mitos greigos, se encuentra la bestia, pero es en su recorrido donde podemos descubrir el valor de la sabiduría que permite vencerla. El camino en el interior de un laberinto en esas otras tradiciones es asimismo una ruta de iniciación y purificación, que va destilando una nueva naturaleza en quien se adentra en él: si consigue salir, será alguien distinto. La fuerza de los mandalas tibetanos como apoyos a la meditación es afín en cierto modo a esa rica simbología: también estructuran, reordenan, estabilizan, transforman.
FUENTE DE LA IMAGEN: http://marpamahamudra.blogspot.com/2008_11_01_archive.html
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