20091106

LIBERACIÓN DE PADMASAMBHAVA: CAPÍTULO SÉPTIMO

Puede entenderse también la biografía y las actitudes de Padmasambhava como un reconocimiento firme de la infinita diversidad de lo humano. La variedad de formas que adoptó en función de las distintas circunstancias a las que debió responder, nos recuerda que en nosotros habitan posibilidades insospechadas y que es responsabilidad nuestra desarrollar la flexibilidad necesaria para que se manifiesten. Pero no sólo en relación a la riqueza interna de cada uno, sino que también mostró la habilidad inmensa que hace falta para poder ver en cada uno lo mejor, su don específico, su naturaleza esencial, la forma dominante de su virtud potencial. El capítulo séptimo narra la iniciación y maduración de los discípulos y la revelación de los signos de realización. Se habla de los veinticinco -entre ellos el rey Thrisong Detsen, la consorte de Padma Yeshe Tsogyal, Vairochana...-, pero quizá veinticinco quiera decir en realidad innumerables. Y a cada uno de ellos correspondió el desarrollo de un tipo distinto de realización, la manifestación completa de una habilidad diferente y el ejercicio de un talento propio, específico y único. Así, hubo quien pudo conseguir el poder de subyugar a los humanos, otro llegó a resucitar cadáveres, alguien distinto alcanzó la capacidad de moverse como el viento... Para cada uno, un don por el que su alto grado de realización quedaba expuesto a los demás. Siempre distinto. Padmasambhava recuerda al final del capítulo que de cada uno surgió después un linaje de meditación diferenciado que sostiene las prácticas correspondientes y los preceptos establecidos para que esa maduración diferenciada se mantenga en el tiempo. Hay algo en la civilización tibetana que ha conseguido estabilizar el reconocimiento de la diversidad sin conflicto: a diferencia de lo que sucede en otras religiones con sus disidencias internas, en las diferentes escuelas y linajes del budismo tántrico sólo se oyen palabras de reconocimiento mutuo y la crítica está ausente entre ellas. Quizá sea también mérito de Gurú Rinpoché.
La forma en que Padmasambhava aborda la instrucción adecuada para cada uno de sus veinticinco discípulos nos recuerda que a pesar de sus dones (o quizá por ellos), el principal pudo ser estar abierto al azar y ser flexible y receptivo ante la realidad misma. Lanzó la flor para determinar sobre qué mandala debía meditar cada discípulo ( y de ahí la capacidad distinta que en cada uno se realizó), y para cada uno la flor cayó en un Heruka específico. Como una tirada de dados sobre el tablero: lo que cada uno es debe ser reconocido y desarrollado, pero en el fondo, nos viene dado.

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