20091105
-LIBERACIÓN DE PADMASAMBHAVA: CAPÍTULO SEXTO
¿Qué hace un traductor?, ¿en qué consiste traducir realmente?, ¿para qué se traduce?... Todo el contenido del capítulo sexto gira alrededor de la traducción de los textos budistas del sánscrito al tibetano, obra minuciosa e inmensa en la que se volcaron tanto Padmasambhava como el abad de Samye, Shantarakshita. El punto de partida fue la difícil acogida que había tenido en Tibet el budismo. A pesar de la favorable disposición del rey que había conducido a la edificación del monasterio, tanto Padmasambhava como el abad estaban descontentos con el modo en que la población local interpretaba y practicaba las enseñanzas, hasta el punto de haber decidido abandonar el país. Fue así como surgió del mismo rey Thrisong Detsen la idea de traducir las enseñanzas completas del budismo al tibetano, de manera que con el apoyo de una tradición conceptual elaborada, se facilitara la correcta interpretación de la doctrina. Por ese motivo decidió Padmasambhava continuar en el Tíbet. Para llevar a cabo la tarea, se organizó un auténtico ejército de traductores, seleccionando a los mejores de entre los jóvenes para que se formaran en la India. Bajo la supervisión de Padmasambhava, traductores, monjes y eruditos trabajaron conjuntamente discutiendo el sentido de las palabras mediante una exégesis pormenorizada de cada término, hasta que todas las enseñanzas del budismo pasaron del sánscrito al tibetano en una versión fiable y definitiva.
Eso es lo que hace un traductor: permite el paso entre dos lenguas distintas. Parece una obviedad, pero sin ese trámite, la información no circula plenamente. Las palabras significan, y los significados organizan nuestra experiencia y ordenan nuestra práctica. Sin traductores, sería preciso redescubrir cada vez lo ya sabido, y por ello, los descubrimientos ajenos se extraviarían. Traducir es enlazar, unir, vincular, fundir. Los traductores tibetanos establecieron la comunicación entre dos mundos, que Padmasambhava impulsó supervisando.
Cuando se concluyó la tarea, una magna ceremonia iluminó el monasterio de Samye. Bajo "el dosel celestial, el estandarte de la victoria, la bandera de los dioses, diferentes mandalas y abundantes, espléndidas y exquisitas ofrenas" se dispusieron los textos en procesión, para depositarlos finalmente en el piso intermedio del templo principal. Emanaciones mágicas se desplegaron entonces.
Hay una observación que parece destacable. Vimalamitra, el principal de los traductores, intervino en la ceremonia tras el rey, para explicar los orígenes del Dharma, y "la extrema dificultad que supone encontrarlo". También ahí debemos responder a las preguntas iniciales. Un traductor procura que lo que con tanta dificultad ha sido hallado y vertido en un lenguaje, pueda circular más fácilmente en otros. En la medida en que somos enlaces, en que entendemos para dar a conocer y en tanto en cuanto nos conectamos unos con otros, somo traductores también: servimos vínculos, facilitamos relación, unimos vidas y conceptos. El texto, como en cada capítulo, ofrece también un sentido más amplio que el del mero relato histórico. Desde ese otro plano simbólico puede entenderse mejor aún la extrema importancia otorgada a los traductores en la narración, y los ofrecimientos tan elevados con que se les obsequió: "una representación en oro del universo, un nudo auspicioso, elegantes vestiduras, diferentes túnicas de seda y de lana, un caballo, una mula, un dzo mo, varias telas de lana de distinto grosor, una carga de té, cien piezas de oro y mil piezas de plata". De todo para los traductores: a disfrutarlo.
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