20131116

Uno acostumbra a descubrir de frente
la sombra y el revés
de lo que le fue dado.
El dedo está en el ojo, 
la diana acoge al dardo
y sólo asiente así la vida a su sabor amargo.
Mejor decirlo siempre
y, si es posible, claro:
dejándose llevar, asciende el agua a lo alto
y el aire cae despacio;
la luz alumbra oscura
y el tiempo es solo un rato en que callarse a plazos.
No hay nada que decir
ni nadie está esperándolo.
El viento entre las ramas
se olvida de tus pasos.