20090729

-MAESTROS DE PADMA

Según se relata en la biografía de Padmasambhava atribuida a Yeshe Tsogyal, éste se reconocía como un Buda nacido de sí mismo, y una gan confianza en las propias capacidades y realización guiaba su conducta desde el nacimiento. Sin embargo, Padmasambhava pasó buena parte de su vida buscando de maestro en maestro, instruyéndose y poniendo en práctica las diferentes enseñanzas e iniciaciones recibidas.

En el texto, se pone en su boca la razón de ese empeño. Dice Yeshe Tsogyal: "Padma se dirigió entonces a Bodh-Gaya, y rindió culto en el Templo. Practicando la metamorfosis, multiplicó su cuerpo de modo que algunas veces aparecía como una gran manada de elefantes, y otras veces como una multitud de yogis. Cuando la gente le preguntaba quién era, y qué gurú tenía, replicaba: "No tengo padre ni madre, ni abad, ni gurú, ni casta, ni nombre; soy el Buda autonacido". Como no le creyeran, la gente decía: "puesto que no tiene gurú, ¿no será acaso un demonio?". Esta observación hizo pensar a Padma: "si bien soy una encarnación autonacida del Buda, y por consiguiente, no necesito gurú, sería prudente que yo buscara pandits eruditos y estudiara las tres Doctrinas Secretas, ya que esta gente y las futuras generaciones necesitan guía espiritual." (Libro tibetano de la gran liberación; Ed. Kier, Buenos Aires, 1998. Pág. 174).
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A partir de esa reflexión, el recorrido formativo es largo, y aquí sólo intento recoger una perspectiva global acerca de la dimensión de las tareas a las que se entregó -sin necesitarlas, aunque dotado de una extraordinaria facilidad para el aprendizaje, según cuentan los textos. Estudió astrología y medicina; aprendió idiomas, llegando a dominar trescientos sesenta, y sesenta y cuatro formas de escritura según afirma el texto citado; se hizo experto en diversos artes y oficios, entre ellos el tallado de gemas, la escultura, la fabricación de alfombras, sogas y zapatos, la alfarería...; buscó las enseñanzas de monjes, eruditos y gurús; se postró ante eremitas y abades; recibió de los Budas directamente la transmisión de las doctrinas más elevadas, las Dakinis le instruyeron en sus misterios, distintos yogis le enseñaron sus técnicas de tranformación... En definitiva, aún cuando no se considerase necesitado de aprendizajes, los buscó todos, y sabiéndose en sí mismo completo, no dejó de perseguir todo aquello que a través de las enseñanzas de los otros pudiese ofrecerle nuevos descubrimientos que transmitir. Parece como si supiera que para ser Maestro de otros, en el mundo real en que vivimos, resultase siempre necesario haber sido antes discípulo. Y reconociendo intuitivamente que esa regla es una de las que operaban en la mentalidad y las prácticas sociales de su época -y de la nuestra- se decidió a ser discípulo para que los demás pudieran verlo como Maestro. Sin haber recibido, no es posible dar; sin que los demás hayan captado el proceso de maduración como el destilado de aprendizajes vividos, será más difícil que puedan colocarse en posición de discípulos que reciben. Sólo pueden recibir del Maestro si el Maestro ha mostrado que, para serlo, es preciso recibir enseñanzas de otros. De alguna forma, el ejemplo de un Maestro que busca es el mejor método para que podamos convertirnos en discípulos que buscan a un Maestro. Puede apreciarse también en este gesto la profundidad intuitiva de Padma, y la perspicacia de su comprensión de la naturaleza humana.
Hay otra observación de interés en el fragmento de la biografía, y tiene que ver con la reflexión en boca de la gente que lo veía vivir, y la duda abierta acerca de su condición si enseñaba sin maestros. Dos consideraciones más a partir de ahí: de un lado, la abertura de Padma a la opinión de los otros, el esfuerzo por colocarse ante ellos en la forma en que estos pudieran recibirlo. Esa actitud no es frecuente, y sin embargo, siempre, resulta necesaria: sólo llega a los demás aquello de nosotros que comunicamos en la forma en que pueden captarlo. Esa humildad básica que está como presupuesto en todo proceso de comunicación Padma la adoptó, y mostró que el aprendizaje requiere de un mínimo denominador común entre quien enseña y quien aprende. Es el que enseña el que debe adaptar su estilo al de quien aprende, pues es probable que en sentido contrario sea mucho más difícil y llegue a abortarse el proceso de transmisión.
Y de otro lado, la voz de ellos, la de los que creen que alguien que enseña sin haber recibido enseñanzas no puede ser sino un demonio. En eso conviene detenerse y recoger con atención el mensaje implícito. Sólo practicando la escucha podemos llegar a oír.

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