Se nos pidió que subiéramos al estrado en grupos de diez personas, y una vez allí, uno por uno, nos acercáramos a S.E. para recibir de él los dones del ritual. Casi al final, me uní a otros cuantos para llegar al entarimado en cuyo centro, algo elevado, se encontraba S.E. Sé cuánto me cuesta adoptar una actitud devota, y hasta qué punto es firme mi interior escéptico, y cuan locuaz el juez que en mí nunca descansa. Temí reírme al subir las escalerillas de madera que llevaban al trono. Y sin embargo, no fue así. Callaron inmediatamente las voces que dudaban, pero no fue el silencio lo que sucedió, sino el ruido. Un ruido sordo, un zumbido, como el de un moscardón gigante que estuviera poniendo en marcha sus motores colosales para elevar el vuelo. No he subido nunca a una nave espacial, pero esa fue la imagen que se despertó en mí mismo al arrodillarme ante S.E. y sentir el bramido contenido de la fuerza llegando. Me arrodillé con todos, con todos bajé la cabeza, y como todos fui uno más. No sé si quise o no levantar la cabeza; lo que sí sé es que no pude hacerlo. El zumbido insistente persistía.
20090713
-BENDICIONES DE HAYAGRIVA
En las entradas de los pasados 13 y 14 de junio, resumía las enseñanzas de S.E. Tertön Namkhar Trimed Rabjan Rinpoché, en Barcelona. Al final, anunciaba la bendición personal que S.E. dio a cada uno de los asistentes, con la intención de ahuyentar las presencias hostiles y proteger de enfermedades y trastornos. No expliqué, sin embargo, qué sentí al aproximarme y qué efectos se manifestaron al hacerlo. Me sorprende ahora mi anterior silencio, e intento corregirlo, pues es cierto que de todo cuanto allí anoté lo que perdura con más fuerza fue aquello que callé. Ahora lo digo.
Se nos pidió que subiéramos al estrado en grupos de diez personas, y una vez allí, uno por uno, nos acercáramos a S.E. para recibir de él los dones del ritual. Casi al final, me uní a otros cuantos para llegar al entarimado en cuyo centro, algo elevado, se encontraba S.E. Sé cuánto me cuesta adoptar una actitud devota, y hasta qué punto es firme mi interior escéptico, y cuan locuaz el juez que en mí nunca descansa. Temí reírme al subir las escalerillas de madera que llevaban al trono. Y sin embargo, no fue así. Callaron inmediatamente las voces que dudaban, pero no fue el silencio lo que sucedió, sino el ruido. Un ruido sordo, un zumbido, como el de un moscardón gigante que estuviera poniendo en marcha sus motores colosales para elevar el vuelo. No he subido nunca a una nave espacial, pero esa fue la imagen que se despertó en mí mismo al arrodillarme ante S.E. y sentir el bramido contenido de la fuerza llegando. Me arrodillé con todos, con todos bajé la cabeza, y como todos fui uno más. No sé si quise o no levantar la cabeza; lo que sí sé es que no pude hacerlo. El zumbido insistente persistía.
Después, cuando llegó mi turno, me levanté y me acerqué a S.E. Depositó suavemente una especie de abanico sobre la coronilla, y la sensación fue la de una montaña cayendo sobre mí; fuerza absoluta que impedía cualquier movimiento y ni siquiera aquel que el pensamiento necesita para aparecer. Cero en la mente, bajo una intensidad sin nombre que como S.E. advirtió, no provenía de él sino de la divinidad con la que se identifica en el ritual: Hayagriva, con la que mantiene desde hace muchas vidas, una especial afinidad, según nos dijo. Son también las bendiciones de Dorje Drollo, una de las ocho manifestaciones básicas de Padmasambhava. Depositó después una cinta roja alrededor del cuello, que conservo. La complexión física de S.E. Tertön Namkhar es frágil; su cuerpo parece débil, y el cuidado con el que le tratan de algún modo lo confirma. Sin embargo, en mi experiencia no sentí nunca hasta entonces qué significa la llegada de la fuerza.
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