"El rey y su ministro fueron al lago, y subiendo a un pequeño bote llegaron al lugar sobre el cual brillaba el arco iris. Allí contemplaron una fragante flor de loto, cuya circunferencia era mayor que la de un cuerpo humano con los brazos extendidos, y sentado en el centro de la flor, a un pequeño niño rubio y de rosadas mejillas, parecido al Señor Budha, quien sostenía un minúsculo jarro de agua sagrada y en los pliegues de su brazo izquierdo, una diminuta vara de tres puntas.
El rey sintió gran veneración por el niño que había nacido por sí mismo, y no pudiendo resistir la alegría, lloró. Le preguntó al niño: "¿quienes son tu padre y tu madre, y de qué país y de qué casta eres tú? ¿Qué alimento te sustenta, y por qué estás aquí?". El niño contestó: "mi padre es la Sabiduría y mi madre es la Nada. Mi país es el país del Dharma. No pertenezco a casta ni credo algunos. Me sustenta la perplejidad; y estoy aquí para destruir la Lujuria, la Ira y la Pereza." (FUENTE: "Epítome de la vida y doctrinas del gran gurú tibetano", en El libro tibetano de la gran liberación (1998), Ed. Kier, Buenos Aires. página 161.)
Se abren siempre nuevas preguntas al dialogar con las biografías sagradas. ¿Qué significa ahora vivir como si no se tuviera familia?, ¿qué es disponerse a ser reconociéndose ante todo como hijos de la sabiduría y el vacío?. Hay algo que cambia muy profundamente si conseguimos vernos así -aún cuando continuemos experimentando como humanos la vida en familia y aprendiendo las múltiples lecciones que eso enseña siempre, para todos.
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