20091229

-CRECER DESDE ABAJO

CAP.1º DE "LA LEYENDA DE LA GRAN STUPA DE JARUNGKHASOR” en Ed. La llave. Vitoria-Gasteiz, 2004.
En "La Leyenda de la Gran Stupa", a petición del rey del Tíbet Trisong Détsen, Padmasambhava narra en su primer capítulo cuáles fueron los beneficios de la edificación de la gran Stupa de Jarungkhasor, en Nepal. Se trata de la primera Gran Stupa construida, y el rey esperaba que conocer los frutos que acompañaron la obra, sirviera para confiar en los que había de reportar la construcción del Monasterio de Samye, apenas culminada. Padmasambhava dio respuesta a la solicitud del rey, y explica en esta obra cómo sucedió todo. Resumimos aquí su contenido, sin añadir más que alguna pincelada que nos ha sido útil para nuestra particular comprensión del texto, sin otra pretensión que compartirla. Es sabido que los niveles de interpretación de los relatos sobre Padmasambhava son múltiples, y algunos de gran profundidad simbólica. Apenas los conozco, aunque creo imaginarlos a veces. El nuestro aquí es sólo eso: una pincelada personal.
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La Gran Stupa fue edificada por Shamvara, una mujer humilde -aunque de origen divino; madre de cuatro hijos ilegítimos de padres distintos y de extracción aún más sencilla cada uno de ellos: porquerizo, avicultor…. Sin embargo, pudo prosperar por su esforzado trabajo, y alcanzó a darles educación a los cuatro, por lo que su agradecimiento le llevó a pensar en edificar un campo de méritos que pudiera recibir la mente de todos los Budhas. Alcanzado el permiso del Maharajá, que comprometió su palabra dando el consentimiento (y ese es el significado del nombre de la Stupa –Jarungkhasor: ”autorización inquebrantable”), se inició el laborioso proceso de edificación. Sobreponiéndose a todas las dificultades, la Stupa fue creciendo y el propósito de Shamvara se acercaba a su término. Sin embargo, las personas poderosas del reino sintieron que si alguien tan humilde ofrecía a los Budhas algo tan grande, se verían obligados a responder con algo aún mayor, o sentirían en sí mismos crecer la humillación que nace de la envidia y el egoísmo. Pidieron al Maharajá que revisara su autorización, sin conseguirlo. La Stupa se levantaba paso a paso, y al morir Shamvara, sus hijos sostuvieron el compromiso hasta culminarla. La coronación de los últimos planos de la Stupa se vió acompañada de todo tipo de señales auspiciosas, pues las deidades airadas y pacíficas “vertían una continua lluvia de flores y honraban el acontecimiento con su fausta presencia. El sonido de címbalos inundaba el espacio y el aroma del incienso se esparcía por todas las direcciones. La tierra tembló tres veces y la luz de la sabiduría… eclipsó el sol y alumbró la noche durante cinco días consecutivos…”
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Hay algo que parece notable en el relato, y es la grandeza del gesto de los más humildes en su entrega a la edificación del campo de méritos, así como su reverso: la obstinación de los más poderosos en intentar impedirlo. Parece como si se nos quisiera recordar que de lo más bajo puede crecer lo más alto, y de lo más alto es de donde pueden nacer los principales obstáculos. Ese mensaje es seriamente comprometedor, pues si internamente nos lo aplicamos como un remedio para la superación de nuestras dificultades, podremos descubrir que donde está nuestra soberbia está nuestra mayor dificultad, y justamente allí donde menos creemos ser, es de donde puede crecer lo más alto.
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Si nuestra vida es una stupa en proceso de construcción, conviene retenerlo y reconocer la fuerza de su impulso: de lo menos reconocido y valorado por nosotros mismos puede alzarse lo mejor de lo que somos, y de lo que obstinadamente creemos poseer, vendrán las dificultades para culminar nuestra verdadera naturaleza. Cambio de rumbo el que se imprime, profundo: miremos hacia lo que despreciamos de nosotros mismos, reconozcamos lo que creemos menor, aceptemos su impulso al cielo, y comprometámonos seriamente con ello. Y reduzcamos a cenizas aquella que ilusionadamente creíamos la mejor de nuestras posesiones, el mayor de nuestros talentos, nuestra secreta esperanza. La stupa crece así: dando vida desde lo más humilde y superando las dificultades que la soberbia introduce. Así podemos crecer con ella: alimentándonos de lo que hemos despreciado en nosotros mismos, y dejando de obedecer la equívoca llamada de nuestras ilusiones. Creciendo desde abajo, la stupa alcanza el cielo.

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