20100306
-RENACER EN EL PARAÍSO
En "Inmortalidad y reencarnación" (Ed. La Llave, Vitoria-Gasteiz, 2001), Alexandra David-Neel procede a repasar diferentes concepciones orientales sobre esos temas, y en concreto, en los capítulos 2º y 3º, revisa algunos aspectos del "Bardo Thodol", atribuido a Padmasambhava. A veces, un breve relato, un pequeño cuento, sencillo y fácil de recordar, resume mejor que un párrafo teórico muy elaborado lo esencial de una doctrina y se convierte en vehículo de transmisión de enseñanza, un medio hábil para el aprendizaje. En las páginas 38 y 39 de la edición citada, David-Neel relata una breve historia que forma parte del patrimonio popular tibetano, y que ilustra muy bien por qué el budismo otorga tanta importancia a la compasión: nos beneficia a todos, también al que la ejerce. Padmasambhava, en el Bardo Thodol, lo dice de muchas otras formas, pero el cuento va a lo esencial y tiene su gracia la forma en que lo pone de relieve. Si la actitud de nuestra mente se enfoca hacia esa dirección altruista interesada en el bienestar de los otros, no es sólo nuestra mente la que cambia, sino que lo hace inmediatamente nuestra vida. Y no es sólo ésta la que se transforma: el efecto se amplifica pues arrastra consigo nuevas vidas. Es instantáneo: cuando quieres sinceramente lo mejor para los demás, de golpe, todo está bien. El infierno se transforma en paraíso. El cuento dice así:
"Como consecuencia de los actos abominables que había cometido, un excriminal renació en un infierno en forma de caballo. Como tal, había sido enganchado con otros dos caballos a un carro muy pesado. El suplicio inflingido a estos desgraciados consistía en tirar del carro a lo largo de un camino increíblemente empinado, para llevarlo a la cima de una montaña. A pesar de sus esfuerzos conjugados, los tres animales no conseguían hacer progresar el pesado vehículo, y los demonios los fustigaban sin piedad. Entonces surgió un sentimiento de profunda compasión en el corazón del excriminal convertido en caballo en un infierno.
-Desatad a mis compañeros -dijo a sus verdugos-, dejadlos libres que yo tiraré solo del carro.
-Miserable animal -gritó furioso uno de los demonios-, ni siquiera podéis mover el carro entre los tres, ¿cómo osas pretender hacerlo solo?
En un acceso de rabia, el demonio asestó un terrible golpe con el puño de hierro de su látigo en el cráneo del caballo compasivo. Éste cayó muerto e, inmediatamente renació en un paraíso"
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